¡Buenos días!
Antes de entrar en el tema de la semana, quiero contarte algunas decisiones que he tomado (y sigo tomando).
Hablando con un par de personas me vino la inspiración. Creo que hay algo que me apetece más que grabar varios audios comentando los episodios yo solo. ¡Un directo! 🤓
He estado trasteando con Substack para emitir en directo, y creo que puede ser un buen momento para probar la herramienta.
También le he estado dando vueltas a la fecha y, por algunas contingencias, he tomado otra decisión: esta será la última edición escrita del verano.
Aunque disfruto mucho escribiendo, ahora mismo me apetece más irme los martes por la mañana a la piscina con mi padre.
Por suerte, creo contenido por gusto y no por obligación. Así que tiene más sentido retirarme amablemente durante el verano… y dejar que os pongáis al día con todo lo que ya está escrito.
La newsletter volverá oficialmente en septiembre (concretamente, el 9 de septiembre, si todo va bien),
Pero podremos vernos por última vez en el directo que será y el 21 de julio a las 18:30.
El plan sigue siendo el mismo: prepararé contenido extra a partir de las ediciones con más likes y responderé a vuestras preguntas.
Aunque te avisaré, apúntatelo en la agenda. ☺️
Los objetivos en relación a tus valores
Ya sabéis que por aquí me gusta trabajar con los valores personales, y que una de mis mayores satisfacciones es ver cómo las personas salen de mi consulta conectadas lo máximo posible con el sentido de su vida.
Es un “objetivo” ambicioso, lo sé. Y además, no siempre está en mi mano… ni en la de quien decide confiar en mí.
A menudo, para reconectar con aquello que ha sido importante para nosotros, nos planteamos objetivos. Y esos objetivos, como si estuviésemos jugando a unir puntos, empiezan a dibujar un camino que da sentido a nuestra vida. Un camino que, casi de forma natural, nos impulsa a movernos como nos gusta movernos.
Los valores se contactan en movimiento. No se trata tanto de hacia dónde vas, sino de cómo vas. Sin embargo, es fácil perderse si damos demasiada prioridad al objetivo (a la meta) y olvidamos el camino que seguimos para alcanzarla.
De hecho, podríamos empezar a cargar nuestros propios objetivos con expectativas elevadísimas y con una buena dosis de autoexigencia. Como si no alcanzarlos significara ser “malas personas” o “personas fracasadas”.
Apunte para psicos: a veces, las conductas asociadas a ciertos objetivos se mantienen más por reforzamiento negativo que por un contacto genuino con los valores. Es decir, la persona se mueve no tanto hacia lo que le importa, sino alejándose de la sensación de fracaso o insuficiencia. Acaba actuando para no sentir que “no lo ha conseguido”.
Y cuando eso ocurre, el comportamiento puede empezar a organizarse más en torno al alivio a corto plazo que a una vida con sentido. No es que se abandonen los valores, pero sí que se diluyen.
Y al final, si todo lo que hacemos lo hacemos simplemente para no sentir algo que no nos gusta, puede que acabemos olvidando lo que sí nos gustaba. Puede que se nos borre del mapa lo que realmente queríamos, por haber puesto demasiado foco en evitar lo que no queríamos.
Huir hacia el objetivo
En esta época liderada por la hiperproductividad y el afán de hacer cosas, es difícil desapegarse de esos mensajes que te susurran (o te gritan): más siempre es mejor.
Pero el asunto se vuelve más peligroso cuando ese “hacer más” viene camuflado de sentido, disfrazado de lo que tú crees que es importante para ti. Entonces te dices cosas como: “tengo que seguir haciendo X para ser el tipo de persona que quiero ser”.
Y ya sabemos que los “tengo que” los carga el diablo. Porque muchas veces no es un verdadero “tengo que”, sino más bien un: “¿esto es coherente aquí y ahora?”
Claro que los objetivos pueden ser imprescindibles —especialmente si venimos de una etapa de desactivación total—, y diseñarlos con criterio es un verdadero arte. Pero si estamos demasiado acostumbrados a ver la vida como un tablero lleno de metas por tachar, puede que simplemente nos estemos moviendo por inercia.
Déjame explicártelo con un ejemplo:
Imagina que para ti es importante compartir con generosidad, pero llevas un tiempo con poco contacto social y ahora te cuesta mucho iniciarlo o mantenerlo.
Nos planteamos entonces un objetivo: asistir a un evento social cada semana, para ayudarte a reconectar con ese valor de compartir.
Al principio cuesta. Como todo lo que implica salir del letargo, hay resistencia. Pero poco a poco, casi sin darte cuenta, empiezas a vivir momentos que te revitalizan. Conversaciones que te sacan una sonrisa, gestos que te reconcilian con la idea de comunidad, y ese pequeño cosquilleo de sentir que estás en el lugar adecuado.
Pasan seis meses. Ya no solo tienes el hábito de ir a X sitio, sino que han empezado a surgir muchos más planes. Y ahora te encuentras con la agenda llena… incluso saturada.
Y resulta que tu cuerpo empieza a pedirte otra cosa: quedarte en casa, leer ese libro que tienes a medias, o incluso decepcionarte tranquilamente con la última temporada de El juego del calamar. Pero no lo haces. Porque una vocecita dentro te dice que si no vas, si cancelas, si te apartas un poco… estarás fallando al tipo de persona que quieres ser.
Creo que se entiende.
El mensaje llega cuando el alumno está preparado
Esto de verme huyendo de mis propios objetivos… es algo que me ha pasado y que, sinceramente, me sigue pasando. Por eso necesito estar en constante revisión. Pero creo que, una vez el mensaje cala, una vez lo has sentido en carne propia, es mucho más difícil volver a caer en el agujero sin darte cuenta.
Desde mi experiencia, las personas con más probabilidades de estar huyendo de sus propios objetivos son precisamente aquellas que aún no saben que esto es una posibilidad. Son quienes escuchan el verbo parar y sienten repulsión. Como si frenar fuera sinónimo de rendirse. Como si descansar fuera traicionarse.
Y ojo, no lo digo desde la crítica. Hay personas que han salido de un auténtico agujero, que lo han pasado muy mal… y, claro, no quieren volver a estar como antes. Es comprensible. Legítimo. Todo el mundo tiene sus motivos para hacer lo que hace.
Pero si algo busco con esta newsletter es favorecer la flexibilidad y la consciencia del momento presente.
Así que, de vez en cuando, te animo a revisarte. A preguntarte el para qué de lo que haces. A escuchar a tu entorno… y a escuchar a tu cuerpo.
Porque hay sensaciones que no siempre se traducen en palabras, pero que —sin duda— tienen algo importante que decirte.
Se te puede olvidar vivir el presente mientras sigues adelante huyendo hacia tus objetivos. Y es en el presente donde realmente puedes sentir la coherencia de actuar como quieres.
Muy de acuerdo con esto ,ser más consciente del momento presente te hace disfrutar más de lo que estás haciendo y tu mente no divaga en el pasado o en el futuro,gracias ❤️💪
Gran carta y muy a tiempo en los tiempos que corren. Gracias por compartir➡️🙂