El otro día di un seminario junto a mi compañero Jay en la facultad de Psicología de Málaga, centrado exclusivamente en mi actual obsesión —lo de interés es un eufemismo—, los valores.
Primero jugamos con la idea de la muerte y les pedí que hicieran el mismo ejercicio que te propongo a ti.
Calcula el tiempo que te queda de vida desde aquí.
Luego les hice un ejercicio experiencial con un tarro de cristal, piedras y arenas.
En este ejercicio debían decirme el orden adecuado para que todo cupiera en el tarro.
La reflexión es que si no metes primero las piedras grandes (lo importante), lo más probable es que al final se te queden fuera…
Y seguidamente, les pregunté por todas esas últimas veces que no han aprovechado lo suficiente. En esto suelo bromear sobre la última vez que me comí esto antes de que lo retiraran:
Mi pareja y yo no somos los mismos desde entonces, pero lo peor es que la última vez que pudimos disfrutar de ese tremendo manjar (xD), no sabíamos que sería la última. En serio, todo mal…
Pero, ¿no es siempre así? ¿Cuántas últimas veces nos quedan sin que lo sepamos?
¿Cuándo será la última vez que visites ese restaurante que tanto te gusta?
¿Cuántas veces Netflix te cancelará esa serie que te encanta?
¿Cuándo será la última vez que estés con alguien que quieres?
Los chicos y chicas de aquella clase no superaban los 25 años y, por supuesto, más de uno sentía su vida como eterna.
Pero lo cierto es que cada segundo que vivimos nos da la oportunidad de buscar coherencia y trabajar nuestros valores.
Un chico, que ya había hecho sus deberes, me dijo que los valores eran una dirección. Y así es como lo explicamos habitualmente. Nuestros valores configuran la dirección hacia la que nos movemos. El problema es que esta definición a veces trae confusiones porque esa preposición “hacia” parece indicar un final o una meta. Y eso no es así, no hay meta.
Decimos que es como si nos moviéramos hacia el este, estuviéramos donde estuviéramos. Siempre hay un este que alcanzar…
Puedes entenderlo así, o puedes entenderlo como la forma de bailar que tienes en el mundo…
Si te enseño estos bailes, me dirás que cada uno tiene unas cualidades concretas. Por ejemplo:
Cada uno de ellos tiene un estilo y se configuran con una serie de comportamientos muy concretos. A priori, no tienen por qué acabar y marcan una forma de moverte muy característica.
Aquí no hay metas, solo hay movimiento que se construye desde el presente. Aquí solo estás tú utilizando lo que pasa en el momento presente para moverte como quieres.
Da igual lo que pase y da igual donde estés, tú siempre podrás representar y adaptar tu danza. Porque esa es la forma que te gusta para relacionarte con el mundo.
De esta manera, aunque la vida te sorprenda con una última vez, al menos habrás bailado como querías…
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