Lo primero que se nos viene a la mente cuando mencionamos el verbo posponer es la alarma del teléfono. Y eso que yo llevo años sin usarla para despertarme…
Pero creo que la alarma refleja a la perfección, lo que significa posponer el sufrimiento por unos segundos más de comodidad en la cama. Aunque esa vocecita interna nos advierta: “Luego vas a ir con prisas, levántate ya”.
Tu relación con este verbo
Mira hacia tu historia y trata de conectar con las primeras veces en las que sentiste que algo se posponía. Yo, por ejemplo, recuerdo esas tardes haciendo deberes, mientras mi mente volaba hacia las ganas de salir con mis amigos, jugar a algo o simplemente, merendar…
No quiero que saques conclusiones, solo que toques tu historia con la punta de los dedos y conectes con esos momentos.
¿Cómo te sentías cuando posponías algo? ¿Y cuando era otra persona quien te lo imponía?
Ahora, evalúa cómo es tu relación actual con el verbo posponer. ¿Cómo lo llevas? ¿Quieres todo al instante? ¿Eres capaz de esperar? ¿Dejas el momento de disfrute para el final del día?
Posponer lo malo
Posponer lo malo es, a menudo, una estrategia para evitar el malestar a corto plazo. No hay mucho misterio aquí: posponemos algo que no nos gusta, aunque sepamos que, tarde o temprano, tendremos que enfrentarlo.
El problema surge cuando las consecuencias de no hacerlo crecen como una bola de nieve. Seguro que piensas en todas esas tareas con un deadline que vas aplazando hasta que, inevitablemente, tienes que cumplirlas a contrarreloj (y con ansiedad).
¿Por qué lo hacemos? Porque evitar el malestar es un acto casi automático. Y si no estamos en nuestro mejor momento, es difícil tener plena consciencia de las consecuencias.
Sin embargo, este no es el único escenario en el que posponemos de forma rígida lo "negativo". ¿Te ha pasado que algo te molesta y sientes la necesidad urgente de expresarlo en el momento? Piensas en la persona que te ha causado el malestar y un fuego interno te impulsa a hablarle o escribirle (los WhatsApps los carga el diablo, ¿verdad?).
En ese momento, nos cuesta posponer el alivio inmediato que sentimos al "soltar" lo que pensamos. Y no digo que haya que reprimirse siempre, pero a veces, esa liberación inmediata forma parte de un ciclo interminable de contactos impulsados por ese alivio a corto plazo que sentimos al desahogarnos. (En el podcast hablo más sobre esto y algunas soluciones que hemos encontrado en consulta).
Posponer lo bueno
Luego está nuestra relación con el placer, tan castigada hoy en día.
Parece que todo lo bueno en nuestra vida debe dejarse para el final, ya sea al final del día o del fin de semana.
Asumimos que primero debe venir el esfuerzo y, después, la recompensa. Y puede que esto tenga sentido en ciertos contextos, pero ¿es necesario seguir esta regla a ciegas?
No lo tengo tan claro, y a veces me enfada. Mi capacidad de disfrute es mayor cuando tengo más energía. Si llego reventado al final del día o de la semana, es probable que no disfrute tanto de esa recompensa tan esperada. ¿Te parece justo?
Podrías pensar que, si comienzas el día o la semana haciendo lo que más te gusta, lo más probable es que no te quede tiempo para hacer todo lo que debes, aunque no te entusiasme demasiado.
Pero, ¿te parece normal que no te guste la mayor parte de tu vida? ¿Te parece lógico vivir esperando el momento de disfrute? ¿Te parece razonable este ocio compensatorio que nos roba horas de sueño al final del día? (Te explico más sobre esto en el podcast).
No todos podemos elegir un trabajo que nos apasione, pero no estoy seguro de que debamos conformarnos con esta idea de normalidad.
Quizás deberíamos intentar distribuir pequeñas recompensas a lo largo del día. Creo que necesitamos aprender a manejarnos de manera más flexible con el verbo posponer. Y, a veces, no está mal comenzar el día con aquello que te hace feliz. (También te hablo de esto en el podcast).
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