Me pongo a escribir mientras me defusiono de un pensamiento “¿debería añadir alguna estructura fija a la newsletter?”
Mi mente burbujea ideas de forma constante (como la de todo el mundo) y en algunas ocasiones puede distanciarme de alcanzar ciertos objetivos.
Lo cierto es que soy muy consciente de que en mi cabeza aparece ese pensamiento por 2 motivos principales:
Me parece guay tener una estructura fija (aunque aún no he decidido cuál).
No tengo muchas ganas de escribir (hoy toca escribir un poco antes de mi hora habitual) y lo de la estructura parece un pensamiento interesante para procrastinar.
Entonces, si hago un análisis funcional de mi conducta, veo que enredarme en ese pensamiento es una clara estrategia de evitación. Además, una vez me fusiono (me uno y me enredo) a ese pensamiento, salir de él es más difícil porque “matar” una idea es desagradable. Dejar de pensar es desagradable.
Me meto en un pensamiento por evitación y no salgo de él por lo mismo.
Y es por esto que antes de hablar de la defusión, te hablé de la aceptación en la edición anterior.
Ahora pesa menos
Ya me noto en flow y escribo sin que la pereza me condicione. El pensamiento “debería plantearme hoy una estructura nueva” se ha hecho muy muy pequeñito.
¿Diríamos que he conseguido lo que quería? Si la respuesta es escribir, entonces sí. Si la respuesta es dejar de tener ese pensamiento, te diré que no.
(Siempre hay una parte de mí que querrá controlar los pensamientos, pero eso es normal dada nuestra cultura. Te lo explico con calma en el podcast).
Las agendas nos ayudan mucho a recordar y a cuidar lo importante durante la semana. Como este jueves me voy a esquiar, he tenido que cambiar algunas cosas y por eso me tocaba escribir con una semana de antelación.
Si yo no empezara el lunes mirando lo que tengo organizado, probablemente habría sido más fácil enredarme con el pensamiento “voy a mejorar la estructura de la newsletter”.
Aunque las personas más avispadas se habrán dado cuenta de otra cosa. Me he permitido meterme dentro de otro pensamiento. “¿Y si utilizo esto que me está pasando para explicar la defusión?”
Desde luego me parecía un pensamiento más útil (alineado con lo que aquí y ahora quería hacer) y por eso lo hice, pero vayamos por partes.
¿Qué es la fusión cognitiva?
Empecemos por el principio y haz un ejercicio conmigo. Observa un poco tu vida y muévete con suavidad por los temas que suelen encenderte: preocupaciones, alguna persona que te enfada, algo que tienes que hacer, etc.
Déjate ir con ese pensamiento unos segundos mientras cierras los ojos…
Vale. Para un segundo aquí, ¿notas ese otro pensamiento? El de “ya haré este ejercicio luego” o el de “no tengo tiempo ahora, ya me imagino cómo es”.
(Un pequeño porcentaje habrá hecho lo que le pedí. Si eres de ese porcentaje, puedes seguir a partir de la línea).
Tal vez sean las prisas o la falta de paciencia, pero ahora mismo estás experimentando la fusión con un pensamiento que te está impidiendo hacer el ejercicio. Yo tendría que recordarte cosas como “se supone que me lees para mejorar la flexibilidad psicológica”, pero no quiero entrar en ese tipo de diálogos, porque esto no va de convencerte. Esto va, por ahora, de que te des cuenta de cómo te has unido a un pensamiento.
Tanto si hiciste el ejercicio como si no, quiero que observes cómo te “enganchas” a tu mente. Eso es la fusión.
Hay textos en los que te explican que la fusión cognitiva es siempre “mala” porque consiste en enredarte con pensamientos poco útiles que te alejan de la vida que quieres tener. Otros textos hacen referencia a que la fusión puede darse tanto para bien como para mal. Es decir, cuando estás dando un paseo mientras piensas en tus vacaciones de forma tranquila y agradable, podríamos decir que estás ante una fusión deseada.
Sinceramente, me dan igual los conceptos, sobre todo cuando he visto a los mismos autores contradecirse en diferentes textos. Quédate con que la fusión cognitiva consiste en que tus pensamientos dirijan tu comportamiento.
¿Qué es la defusión cognitiva?
La defusión es la habilidad de distanciarse de forma consciente de nuestros pensamientos sin alterar el contenido.
Es muy importante que entiendas lo de no alterar el contenido porque choca culturalmente contra nuestra forma habitual de relacionarnos con los pensamientos.
De hecho, lo normal es que tratemos de relativizar y autoconvencernos para hacer las cosas. Pero en este caso no vamos a hacer nada de eso.
De momento, voy a proponerte otro ejercicio que hago mucho. Está sacado del libro Hazlo Simple de Russ Harris y lo he convertido en parte de mi vocabulario.
Toma consciencia de alguno de los pensamientos de antes, el del ejercicio o el de no hacer el ejercicio, me da igual. Y ahora pon el siguiente prefijo delante: “tengo el pensamiento de…”
“Tengo el pensamiento de que paso de hacer el ejercicio que me manda el psicólogo este.”
Hazlo así delante de cualquier pensamiento y mira qué es lo que sientes.
Lo normal es que experimentemos cierta distancia y eso nos ayude a decidir qué hacer con él.
Es como cuando estás viendo los coches pasar y la vista se te va con uno en particular, haciendo que se te olviden el resto. Con este paso atrás podremos tener ayuda a la hora de decidir si seguir a ese coche o no.
La utilidad del pensamiento
Y por eso da igual que un pensamiento sea cierto o no. Todos los pensamientos pueden ser potencialmente ciertos, pero la pregunta es si es útil en el momento presente o no.
Te pongo un ejemplo:
Imagina que entro a consulta y justo me viene el pensamiento de: “¿me habré dejado el coche abierto?”
Desde luego que puede ser un pensamiento cierto, pero no parece muy útil hacerle caso en un momento tan importante para mí como es dar terapia con plena conciencia.
Si nos recordamos el tipo de persona que queremos ser, será más fácil valorar la utilidad del pensamiento. Por eso no hay recomendaciones generales aquí.
Te pongo otro ejemplo:
Imagina que estás de cena romántica con tu pareja y justo te acuerdas de que una amistad, tenía una cita médica importante ese día. ¿Qué haces? ¿Le llamas/escribes?
(La respuesta correcta empezará por comunicar a tu pareja qué tienes en tu mente por cierto).
Pero está claro que si actuamos de forma impulsiva ante cualquier pensamiento, podríamos estar dando palos de ciego por nuestra vida y eso nos provocará una sensación constante de incoherencia y pérdida.
Con la defusión buscamos tener un poco de aire entre tu mente y tú. Aunque eso de “tú” lo hablaremos en la próxima edición: el yo observador.
Te propongo que en general hables de tus pensamientos como algo que tienes, porque no es lo mismo decir: “odio ir a sitios con muchas personas.” Que “tengo el pensamiento de odiar ir a sitios con muchas personas”.
Desde el segundo pensamiento tenemos más margen de maniobra. Sé tú la persona que decida qué hacer, no tu mente.
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